VENEZUELA: ENTRE LA SOTANA, LA SANGRE Y CIUDAD CAÓTICA

Publicado el 22 de septiembre de 2025, 5:36

El diálogo entre un padre campesino y su hijo sacerdote, aunque ficticio, condensa con crudeza la fractura emocional, ideológica y espiritual que atraviesa Venezuela. En sus palabras se revela una nación desgarrada entre el resentimiento y la fe, entre la justicia por mano propia y el perdón como acto de resistencia. Y al final terminamos exacerbando la ficción con un clásico del cómic de "ciudad caótica".

El padre, marcado por la pérdida y la rabia, representa a ese venezolano que ha visto morir a los suyos, que ha sentido en carne propia el peso de la violencia política, y que ha aprendido a sobrevivir en un país donde la ley parece haberse diluido en el río de sangre que él mismo menciona. Su lógica es dura, visceral, pero no ajena a la realidad: “A mí me gusta la matemática, pero cuando quien gana soy yo”. En Venezuela, la justicia se ha vuelto una ecuación sin solución, donde el resultado siempre favorece al más fuerte, al más astuto, al más armado.

El hijo, por otro lado, encarna la esperanza de una generación que busca reconciliación, que cree en el poder de la palabra, en la profundidad de la vida más allá de los símbolos. “La violencia no es el camino de Dios”, dice, intentando frenar el impulso vengativo de su padre. Pero su voz se estrella contra una pared construida con años de dolor, traición y desconfianza.

Este intercambio no es solo familiar. Es nacional. El padre que se autoproclama “Venezuela” y promete cobrar las ofensas “triple” refleja el espíritu de una patria herida que ha perdido el rumbo, pero no la memoria. El hijo que se refugia en la iglesia, que intenta razonar, que se niega a alimentar el ciclo de odio, representa a quienes aún creen que el país puede sanar sin seguir derramando sangre.

La frase “quien lo humilla a usted, me humilla a mí” es más que paternalismo. Es una advertencia: en Venezuela, la identidad se ha vuelto trinchera, y el dolor, bandera. Pero también es un llamado a reconocer que detrás de cada sotana, cada uniforme, cada ideología, hay seres humanos que sufren, que aman, que dudan.

Venezuela no necesita más mártires. Necesita memoria, sí, pero también reconciliación. Necesita entender que la justicia no puede ser venganza, y que la fe no puede justificar el odio. Porque si seguimos alimentando los ríos de sangre, como dice el hijo, nunca veremos florecer la tierra de gracia que el padre añora.

Y quizás, solo quizás, el verdadero acto de amor por Venezuela sea aprender a escuchar al otro, incluso cuando duele. Porque en ese gesto, en esa rendición del ego, puede estar el inicio de una paz que aún parece imposible. En caso contrario, no nos quedará más opción que entrar a personificar escenarios dantescos, al mejor estilo de "ciudad caótica", como alucinamos al finalizar nuestra línea editorial.

UDI/FUNHI/JCR

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