La madrugada del 11 de septiembre, Venezuela no durmió. No fue insomnio, fue intuición. Una vigilia nacional, silenciosa pero cargada de presagios. Como si el alma del país hubiese presentido que el mundo está cambiando de tono, y que ese cambio podría golpear su puerta con fuerza.
Mientras el calendario marcaba el aniversario del atentado más devastador en suelo estadounidense, el Primer Ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, pronunciaba palabras que resuenan como advertencia global:
“Les digo a Catar y a todos los países que ofrecen refugio a terroristas: o los expulsan o los llevan ante la justicia. Porque si no lo hacen ustedes, lo haremos nosotros.”
La doctrina del castigo directo ha sido reactivada. Y en ese nuevo mapa de urgencias, Venezuela aparece como territorio ambiguo. ¿Qué ocurre cuando un país, por omisión o por complicidad, se convierte en refugio de actores que el mundo considera terroristas? ¿Qué sucede cuando las villas de lujo, los silencios institucionales o las rutas opacas se interpretan como colaboración?
Pero mientras unos gobiernos se blindan y otros se amenazan, en Nepal ocurrió lo impensable: una generación sin partido, sin armas, sin líderes visibles, derribó en 24 horas un régimen comunista que se sostenía sobre el sacrificio del pueblo y el lujo de sus herederos. Jóvenes apolíticos, hartos de vivir bajo censura y corrupción, incendiaron el Parlamento, tomaron aeropuertos, y obligaron a dimitir al primer ministro K.P. Sharma Oli2.
La chispa fue digital: el bloqueo de 26 redes sociales. Pero el fuego fue moral: la indignación contra los “Nepo Kids”, hijos de dirigentes que ostentaban riqueza mientras el desempleo juvenil superaba el 20%. Nepal se convirtió en símbolo de lo que ocurre cuando la juventud deja de pedir permiso y empieza a exigir dignidad.
Y aquí la advertencia se vuelve continental:
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Si Venezuela se convierte en santuario, será blanco.
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Si sigue ignorando las señales, será intervenida.
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Si no escucha a su juventud, será incendiada desde adentro.
Nepal no cayó por una invasión. Cayó por una generación que ya no quiere vivir del Estado, sino de su trabajo. Que no quiere jefes que vivan del pueblo, sino instituciones que sirvan al pueblo. Que no quiere censura, sino voz.
Hoy, Venezuela está en vigilia. Pero mañana podría estar en llamas. Porque el mundo ya no espera. Y la juventud ya no calla.
Es tiempo de que el tristemente célebre régimen del Cartel de los Soles en el Caribe, dimita, por la salvaguarda de la paz y la democracia en esta parte del continente. Si tu principal soporte y aliado es el terrorismo internacional, no pretendas tapar el sol con un dedo, no pretendas "mear fuera del perol".
UDI/FUNHI/JCR

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