La frase parece exagerada, pero no lo es. Nicolás Maduro está muerto políticamente, diplomáticamente, estratégicamente. Lo que queda es un cuerpo institucional que se resiste a caer, una estructura corrupta que se aferra al poder como un náufrago a una tabla en medio del océano. Y como todo régimen agónico, no piensa hundirse solo.
Las señales son claras. Desde Washington, el subsecretario de Estado encendió las redes con una advertencia que no fue solo simbólica: “El quitavisas” fue el mensaje, acompañado de una imagen que ya circula como meme y amenaza. El vicepresidente estadounidense fue aún más explícito: “Matar a miembros de cárteles es el mejor uso de nuestras fuerzas armadas”. Y en paralelo, la Armada venezolana lanza misiles iraníes CM90 en el Caribe, como si la guerra fuera inevitable, como si el régimen supiera que su final se acerca y decidiera incendiar el camino.
Colombia, por su parte, se desmarca. “No colaboramos con asesinatos”, dice un guerrillero devenido presidente, mientras su país sufre las consecuencias de tener un incompetente al volante. La frontera entre Venezuela y Colombia se convierte en trinchera, y el continente entero paga el precio de haber alcahueteado a una banda de delincuentes con rango de gobierno.

Maduro y su círculo lo saben. No tienen futuro fuera de Miraflores. Son prisioneros de sus crímenes, de sus cuentas pendientes con la justicia internacional. Por eso se atrincheran. Cada protesta se apaga con represión, cada voz disidente se silencia con cárcel o exilio, cada sanción se responde con más narcotráfico, más minería ilegal, más entrega de soberanía. No hay rectificación, solo resistencia. Pero no una resistencia patriótica, sino una resistencia para salvarse ellos mismos del exilio, de la cárcel, de la historia.
Y mientras tanto, el pueblo muere. Muere de hambre, de balas, de falta de medicinas, de hospitales vacíos, de justicia podrida. Muere en el Darién, en el exilio, en la desesperanza. Porque el régimen no gobierna: sobrevive. Y en su supervivencia, sacrifica a millones.
Las declaraciones del ex vicepresidente argentino Carlos Orkov lo resumen con crudeza: “Maduro está muerto y todavía no se dio cuenta”. La operación Venezuela ya no es solo contra el narco. Es una operación de guerra. Los F-16 y F-35 están listos en Puerto Rico. Los submarinos nucleares apuntan con precisión milimétrica. La inteligencia estadounidense sabe dónde están Diosdado Cabello, Padrino López y Maduro. La orden está firmada: serán capturados o abatidos.
Y no termina ahí. La base militar de Manta, en Ecuador, será reactivada. La operación se extenderá a Colombia, a México, a Cuba. Porque detrás del régimen hay una red de testaferros, empresarios, periodistas, políticos que recibieron dinero manchado. La teoría del dominó está en marcha.
Hasta el deporte con más aficionados de esta parte del continente, el fútbol, se hundió en su intento por significar un desahogo para las almas venezolanas. La "vinotinto" cayó estrepitosamente contra la selección cafetera. Algunos piensan que no influye la tensión política y los recurrentes conflictos sociales en el desempeño deportivo de los jugadores, pero la mejor prueba fue el abultado resultado de 3 contra 6 fulminantes goles del visitante. Cayeron como misiles directo a la yugular del pueblo pobre quien es el más asiduo seguidor de la eterna ausente de los mundiales de futbol, Venezuela. Ni para esta anécdota de la vida que es el fútbol funcionaron las relaciones diplomáticas entre Petro y Maduro, que pudieron configurar un respiro en medio de la constante tensión política que se vive en esta parte del Caribe. Algo así como el compadrazgo entre Morales Bermúdez y Videla en el Mundial de Argentina 78, cuando ante la imperiosa necesidad para la albiceleste de vencer a Perú por más de 3 goles para seguir en competencia; se configuró el pacto negado por los protagonistas del match, con la inusitada goleada de 6 a 0. En Maturín, al parecer primó la venganza de los cafeteros, que se quedaron sin poder ir al repechaje del mundial anterior, en medio de la burla de la fanaticada llanera. De allí que jugaran con los ánimos sobrecargados, arrollando literalmente a Venezuela.
Pero volviendo a la política, Maduro despliega misiles iraníes como quien apila fuegos artificiales en un galpón lleno de gasolina. Cada día suma una chispa más. Y todos sabemos cómo termina eso. No con negociaciones, no con elecciones libres, no con buenos modales. Termina cuando ya no pueda matar más para sostenerse. Ese día llegará. Y cuando llegue, será tarde para arrepentirse.
Maduro está muerto. Solo falta que se entere.
UDI/FUNHI/JCR
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