La escena vivida en Juliaca no fue una simple protesta. Fue una respuesta visceral, colectiva y profundamente simbólica. Y un anticipo de lo que le espera al Perú electoral 2026, tras haberse abierto un expediente de impunidad a nivel de los que alegremente llegaron al poder durante los últimos años y al aparato mediático que lo respalda. Phillip Butters, comentarista político y candidato por Avanza País, llegó a la ciudad con la intención de participar en una entrevista radial. Lo que encontró fue un pueblo que no olvida, que no perdona el desprecio, y que no tolera el insulto disfrazado de opinión.
Desde el momento en que se supo de su presencia en Radio La Decana, la ciudadanía se movilizó. No fue una turba improvisada, sino una congregación de familiares de víctimas, dirigentes gremiales, vecinos indignados y ciudadanos que, desde hace meses, cargan con el peso de una herida abierta: las muertes ocurridas durante las protestas en Puno. Butters, quien en reiteradas ocasiones ha calificado a los manifestantes como “terroristas”, se convirtió en símbolo del discurso que criminaliza la protesta y trivializa el dolor.
La transmisión en vivo de Radio Titanka captó cada momento: el encierro de Butters en una cabina, el despliegue de más de 30 agentes de la USE, el coronel Acosta negociando su salida, los gritos de “¡rata!”, “¡miserable!”, “¡no somos terroristas!”, y el clamor por justicia. La indignación no fue solo verbal: huevos, basura, agua desde los techos, todo lo que el pueblo tuvo a mano se convirtió en expresión de repudio.
Lo que ocurrió en Juliaca no fue un acto de violencia gratuita. Fue una defensa del honor, una afirmación de dignidad. El pueblo aimara, los juliaqueños, respondieron al agravio con presencia, con voz, con memoria. No se trató de impedir una entrevista, sino de exigir respeto. Porque cuando alguien llega a una tierra que ha llorado a sus muertos, lo mínimo que se espera es humildad, no provocación.
La imagen de Butters saliendo escoltado, con casco policial, entre empujones y gritos, es el retrato de una desconexión profunda entre ciertos sectores del poder mediático y la realidad del Perú olvidado por el olvido. Más allá de la ironía, en esta ocasión le funcionó el llamado a su "Oficial Colorado", pero lo que no deben olvidar todos aquellos candidatos mediáticos, que Juliaca no es un escenario para el espectáculo político. Es una ciudad que ha sido testigo de dolor, que ha enterrado a sus hijos, y que exige justicia.
Este episodio debe ser leído como una advertencia: el país está cansado de ser insultado desde cabinas limeñas. La ciudadanía exige que se escuche su voz, que se reconozca su duelo, y que se respete su memoria. Porque cuando el pueblo habla, no lo hace con odio, sino con la fuerza de quien ha sido ignorado demasiado tiempo.
Juliaca no expulsó a un hombre. Expulsó a una forma de hacer política basada en el desprecio, basado en la inteligencia artificial que genera el Perú llamado Lima. Y lo hizo con la dignidad que solo el dolor puede otorgar.
UDI/VTV




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