El Señor de los Milagros cruzó el Atlántico. Desde las calles de Lima, donde cada octubre se pasea entre incienso, turrones y plegarias, hasta la solemnidad de la Plaza San Pedro, donde este 19 de octubre fue bendecido por el Papa León XIV, el Cristo morado volvió a encontrarse con su pueblo. Esta vez, con su pueblo migrante, su pueblo peregrino, su pueblo herido.
Mientras en el Perú la violencia se multiplica como sombra al mediodía, mientras los titulares se repiten como letanías de sangre—secuestros, extorsiones, asesinatos, robos—el Cristo de Pachacamilla se alza como símbolo de resistencia espiritual. Porque cuando el poder ejecutivo se desmorona en escándalos, cuando el Congreso se convierte en un teatro de mafias, cuando el sistema judicial se disfraza de Al Capone y el recuerdo del prófugo Vladimir trae a la mente tiempos de Vladimiro y se cuela por las rendijas del presente, el pueblo vuelve a mirar al cielo. Y en ese cielo, el Cristo llora.
Como diría el poeta, “derrama su bendición en su llanto”. Y ese llanto llegó a Roma. En medio de la canonización de siete nuevos santos, en el marco de la Jornada Mundial de las Misiones, el Papa León XIV—aquel que se hizo peruano por vocación, por fe, por historia—se acercó al Cristo morado en hombros, lo miró con la ternura de quien ha caminado las calles de Lima, y lo bendijo. Fue un gesto silencioso, pero cargado de memoria. Fue un reencuentro entre dos peregrinos: el Cristo crucificado y el Papa que eligió ser peruano.
La imagen capturada en este día lo dice todo: el papamóvil detenido, la multitud de fieles con pañuelos morados, la réplica del Señor de los Milagros rodeada de flores, y el rostro del pontífice inclinado en reverencia. No era solo una ceremonia. Era una cápsula de fe, una postal de afectos, una plegaria visual que conectaba Roma con el Rímac, el Vaticano con el jirón Huancavelica, los rabioles y tallarines italianos con el anticucho y picarones, la Plaza San Pedro con la de Chiclayo, el altar con la calle.
Y como epílogo, la elevación del beato José Gregorio Hernández, el médico de los pobres, en medio de la crisis venezolana, nos recuerda que los milagros no son evasión, sino resistencia. Que la fe no es anestesia, sino fuego. Que octubre, ese mes de los milagros, sigue siendo un espacio donde el pueblo de a pie encuentra consuelo, fuerza y sentido, incluso en el Caribe venezolano.
Hoy, más que nunca, el Cristo morado no solo recorre las calles limeñas. Recorre las plazas del mundo, los corazones migrantes, las memorias rotas. Y en cada paso, deja una huella de esperanza, deja un pedazo de fe donde inspirarse.
Si tienes dudas al respecto, cual Pedro bíblico, te invitamos a acompañar un pequeño extracto de lo que fue el recorrido procesional del Cristo moreno, gracias a VIRTUAL TV, casi a la medianoche de este histórico 19 de octubre, en plena Plaza San Martín de Lima.
VTV/JCR


Añadir comentario
Comentarios