Perú: Crónica de las últimas horas

Publicado el 16 de octubre de 2025, 11:55

Por un cuerpo que marchó, por una memoria que no se rinde: Ayer, 15 de octubre, Lima volvió a ser escenario de una marcha que no solo caminó por sus calles, sino que las estremeció. Desde la explanada del Palacio de Justicia hasta la avenida Abancay, miles de cuerpos se entrelazaron en una coreografía espontánea de indignación, creatividad y resistencia. Yo fui uno de ellos. No escribo como periodista ni como analista: escribo como testigo, como parte de esa marea que casi fue aplastada por una represión que rozó la tragedia.

La marcha, escena por escena

Portaba la banderola del Colectivo por la Cinemateca Nacional del Perú, denunciando la censura al cine peruano. A mi alrededor, artistas, estudiantes, trabajadores, colectivos diversos. Lo que al inicio parecía una convocatoria modesta se transformó en una multitud que avanzaba con ánimo unitario, superando viejos sectarismos. El mérito, hay que decirlo, es de la generación Z, que ha aprendido a tejer luchas sin perder identidad.

La alegoría de un violín, que marchaba unos metros adelante, fue quemada frente al Congreso. Ese acto simbólico —que algunos llamarán provocación, otros, arte político, fue el pretexto para que la policía desatara una represión brutal. Bombas lacrimógenas, calles cerradas, francotiradores en techos, ternas infiltrados. La marcha, que era pacífica, fue convertida en una trampa.

La estampida, el ahogo, el miedo

La lluvia de gases me ahogó. A pesar de la mascarilla y el pañuelo con vinagre, terminé con náuseas, visión borrosa, y el cuerpo tambaleante. Cuando intentaba recuperarme, empezó otro bombardeo. La multitud corrió sin salidas, empujada por el pánico. En la intersección de jirón Cusco, los policías se negaron a abrir paso. Las rejas cedieron como un dique roto. Caí, arrastrando a mi esposa y amigos. Por segundos, no tocaba el suelo. Sentí que podía morir. No exagero. Muchos la pasaron peor. Algunos no volverán a casa.

Eduardo Ruiz Sanz: el arte que cayó en Quilca

Entre los que no volverán está Eduardo Ruiz Sanz, joven cantante de hip hop y rap, de 32 años. Murió en medio de las protestas en el Cercado de Lima, según la Fiscalía, por un disparo de arma de fuego. Algunos testigos señalan que fue alcanzado por un agente Terna en el jirón Quilca. El ministro del Interior, Vicente Tiburcio, lo niega: “No hay personal Terna en este proceso ni de acompañamiento”. Pero la Fiscalía confirmó el disparo. El presidente José Jerí expresó sus condolencias a la 1:00 a.m.: “Fuerza a su familia en este momento. Que las investigaciones determinen con objetividad los hechos y responsabilidades”.

Su muerte no es solo una cifra. Es una canción interrumpida. Un verso que no se terminó de escribir. Un grito que se convirtió en silencio.

Truko, Eduardo y la persistencia de la calle

Hoy, los jóvenes anuncian que seguirán en las calles, en memoria de “Truko” y de Eduardo. No es solo duelo: es convicción. Acusar de violentos a quienes devuelven bombas o lanzan piedras es ignorar que la violencia empezó desde el Estado. Los heridos se ocultan por miedo. Los policías heridos, en cambio, son parte de un relato oficial sin fisuras.

Mientras tanto, en Palacio

El presidente José Jerí inicia su mandato con una puesta en escena acelerada: camisa blanca, emoliente en mano, visitas a penales, devoción morada. La coreografía es eficaz en imagen, pero frágil en sustancia. La comparación con Dina Boluarte es inevitable: ella gobernó desde el silencio; Jerí desde el espectáculo. Pero sin indicadores, cronogramas ni responsables, todo gesto se convierte en humo.

La política como selfie

La “Marcha por la paz” convocada por el gobierno fue pequeña, pero encuadrada como épica. La paz no se decreta: se construye con justicia, empleo, transporte seguro. La foto ayuda minutos; las políticas, años. Y mientras Jerí coordina con autoridades, su archivo digital —seguimientos a cuentas pornográficas, chistes sexistas, “me gusta” indecorosos— compite con sus gestos de autoridad. El doble rasero se viraliza más rápido que cualquier decreto.

Flor Pablo y el llamado al consenso

La congresista Flor Pablo pidió la censura de Jerí y propuso a Roberto Chiabra como figura de consenso. No busca protagonismo, sino salida. En medio de la crisis, su voz resuena como una de las pocas que no se pierde entre gritos ni aplausos.

¿Y ahora qué?

Roland Barthes decía que el mito necesita texto. Hoy, el mito presidencial está siendo filmado. Pero sin metas verificables, sin vocerías que respondan, sin tablero abierto, la partitura se apaga. Y la coreografía, sin música, es silencio.

Esta crónica no busca cerrar el debate. Lo abre. Porque lo que vivimos ayer no fue solo una marcha: fue una advertencia. Y lo que vendrá, dependerá de si el país decide escuchar el testimonio de quienes estuvieron a punto de ser aplastados. Literalmente.

VTV

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