Los agoreros ya han comenzado a murmurar. En los cafés de Bogotá, en los pasillos de Bruselas, en los foros de Miami, se repite una pregunta que aún no tiene fecha pero ya tiene sombra: ¿Qué pasará cuando caiga el régimen de Maduro?
Muchos miran hacia Cuba, hacia Nicaragua, hacia Bolivia. Dicen que los aliados ideológicos de Venezuela se tambalearán como fichas de dominó. Que los discursos se apagarán, que los subsidios se evaporarán, que los símbolos se deshilacharán. Pero en su prisa por anunciar el derrumbe, pocos miran hacia donde realmente tiembla la tierra: Rusia, China e Irán.
Porque si Miraflores se queda sin sol, no será solo un cambio de gobierno. Será un eclipse energético. China, que absorbe hasta el 95% del petróleo venezolano, verá cómo su fuente de crudo barato se convierte en incertidumbre. Rusia, que fabrica millones de municiones en suelo venezolano, perderá un satélite estratégico en el Caribe. E Irán, que ha tejido redes militares, tecnológicas y nucleares con Caracas, quedará sin su socio más silencioso y valioso.
Los mapas no tiemblan por ideologías. Tiembla el eje que sostiene las rutas del petróleo, las alianzas armamentistas, los pactos invisibles. Y mientras los analistas se entretienen con la caída de banderas rojas en América Latina, los verdaderos jugadores —los que no hablan, sino perforan, transportan y vigilan— ya están recalculando sus coordenadas.
En medio de esta tensión, las palabras de los escritores venezolanos resuenan como oráculos. Rafael Cadenas, voz ética de la poesía latinoamericana, advirtió: “En Venezuela nos urge instaurar la normalidad, que solo puede ser democrática.” Su frase no es solo deseo, es diagnóstico. La democracia no es una promesa, es una urgencia.
Fedosy Santaella, desde su exilio, escribió: “El país se convirtió en una distopía sin ciencia ficción. Todo lo que parecía exagerado se volvió cotidiano.” Y Ana Teresa Torres, en su ensayo sobre el poder y la memoria, afirmó: “El caudillo no gobierna: ocupa. Su presencia es una sombra que se extiende sobre la institucionalidad.”
Cuando caiga el sol sobre Miraflores, no será solo el fin de una dictadura. Será el inicio de una reconfiguración global, donde los intereses energéticos, militares y simbólicos se reordenarán como piezas de ajedrez en un tablero que ya no es latinoamericano, sino planetario.
Y entonces, los pájaros volverán a cantar en Miraflores. Pero esta vez, no serán consignas. Serán advertencias.
¡Amanecerá y veremos!
UDI/FUNHI/JCR

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