Este relato es una sátira política afilada y mordaz, un análisis con pinceladas de ironía que busca desenmascarar las maniobras de sobrevivencia en el tablero político peruano. Ricardo Belmont Cassinelli, personaje mediático convertido en político, se presenta como el gran "engañado" de la historia, víctima de un juego que, paradójicamente, él mismo ha jugado tantas veces.
De un apoyo férreo a Pedro Castillo y "Perú Libre" a un cambio de discurso repentino, Belmont intenta desmarcarse de un tren que se ha descarrilado, sin reconocer que en su momento disfrutó del viaje cuando iba en subida.
¿Arrepentimiento sincero o un calculado movimiento estratégico? La conclusión queda abierta, pero el tono del texto no deja lugar a la ingenuidad: esto es más un acto de lavado de imagen que una verdadera confesión.
La política, al final del día, está llena de figuras que saltan del barco cuando el naufragio es inminente. ¿El pueblo olvidará, como espera Belmont, o recordará quién jugó y qué papel en el teatro del poder? Pregunta abierta para la historia.
EL "HERMANÓN" BELMONT SE DECLARA "COJUDIGNO"
En la que podríamos llamar una de sus últimas jugadas de ajedrez que aparenta ser un gambito de cálculo político más que un arrepentimiento real, Ricardo Belmont Cassinelli, el que apareció en el escenario de la farándula engañando a medio país como el creador de un canal para todos: RBC, algo así que en tiempos actuales tendría denominación socialista, a través de un término que llamó "accionariado difundido"; y que le valió la venta de acciones a dólar o más, para finalmente lograr su tristemente célebre canal que paradójicamente nunca devolvió acción alguna tras su millonario emprendimiento declarado en quiebra; Belmont, el que a través de ese canal se valió el apelativo del "Hermanón" y que aún hoy conserva esa popularidad mediática con gran parte de sus seguidores que por aquellos años lo ingresaron a la política haciéndolo dos veces alcalde de Lima y en algún momento de su larga carrera "presidenciable"; con su programa "habla el pueblo" y sus "pastillas para levantar la moral", valgan verdades, logró meterse en el noble disco duro de los peruanos que andan buscando caudillos e interlocutores humanitarios de sus precariedades existenciales; el viejo zorro de la televisión y las candidaturas eternas, ha salido en las últimas horas a través de las redes sociales a decir que "Perú Libre" con su otrora líder que defendió a capa y espada cuando anduvo gobernando, lo usó como "pulpín" y "cojudigno", términos que para la audiencia internacional son como decir dignidades usadas con uno como si fuéramos tontos útiles, es decir, victimizándose tras supuestamente haber sido engañado y usado por el otrora caricaturizado "Peter Castle", y no menos célebre ex Presidente Pedro Castillo, actualmente en cautiverio judicial.
Y "oído al tambor", en este inusitado gambito ajedrecística, el supuesto sacrificado es él, que se confiesa engañado por el partido "Perú Libre" y Pedro Castillo, desmarcándose, o intentando una vez más una maniobra política que le permita abandonar a tiempo el barco hundido de corte socialista que enarbolaba Castillo.
“¡Me agarraron de cojudo!”, brama a los cuatro vientos el Hermanón, como si fuera una pobre alma inocente en una ciudad de lobos.
Lo que no dice es que mientras el tren iba en subida, ahí estaba él, bien acomodado, prestándole el lomo encantado al convoy del poder. Ahora que descarriló, salta del vagón como si nunca hubiera comprado pasaje, como si solo estuviera paseando por la estación.
¿HERMANÓN TONTO, O SE HACE?
Belmont no es un novato en esto de la política. No es un jovencito con sueños revolucionarios ni un idealista que cayó seducido por el canto de sirenas de la transformación social. Es un veterano de la pantalla y de los micrófonos, un viejo lobo que supo que arrimarse al casi nulo en el uso de la palabra, Castillo, en su momento le sumaba: más cámara, más protagonismo, un último acto heroico para alimentar la nostalgia de sus seguidores.
Pero, ¡ay!, cuando la película cambió de género—cuando Castillo terminó tras las rejas, cuando Perú Libre se desmoronó más rápido que un castillo de naipes bajo la lluvia—entonces aparece el Belmont mártir, el “engañado”, el “usado”. Como si todo hubiera sido un truco de ilusionismo a lo David Copperfield y él solo un espectador ingenuo, con palomitas de maíz en la mano.
¿CONFESIÓN O ESCAPE?
Aquí no hay confesión, hay un acto de prestidigitación política. Una lavada de cara exprés para que el pueblo no le pase factura. Belmont no quiere cargar con el cadáver político de Castillo. No quiere que lo recuerden como “el amigazo del expresidente caído”. Así que, con gesto compungido y un aire de víctima, se despega en cámara y aguarda pacientemente a que el público olvide su papel en el guión.
Pero el pueblo no olvida, hermanón. Porque los que declararon, posaron y respaldaron también fueron parte del espectáculo. Y ahora que los titiriteros buscan nuevas marionetas, el viejo zorro del poder intenta quedar libre de culpa, como si nunca hubiera estado en el escenario.
Esto no es un drama de traición. Es la clásica tragicomedia de la política, donde los actores secundarios abandonan el barco cuando ya no hay reflectores. Belmont no fue víctima. Fue cómplice. Y su repentina "indignación" es solo un telegrama para los eternos manipuladores del poder en el Perú, que se prestan a este tipo de shows, como una nueva versión en la vecindad de Chespirito, donde el hermanón aparece interpretando al Chapulín Colorado, con su chipote chillón, saltando y vociferando: “¡Aquí estoy! ¡Yo no fui! ¡Todos mis movimientos están fríamente calculados!¡No contaban con mi astucia!
JCR/UDI/FUNHI

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