“La vida es una gran sorpresa. No veo por qué la muerte no podría ser una mayor.” Con esta frase de Vladimir Nabokov, que hoy resuena como un eco doloroso, el Perú despide a uno de sus más lúcidos cronistas de la realidad: Jaime Chincha. Su muerte súbita, a los 48 años, ha dejado al periodismo nacional en estado de naufragio. Porque como escribió el poeta: “La muerte para los jóvenes es naufragio, y para los viejos es llegar a puerto.” Jaime no llegó a puerto. Se hundió en plena travesía, con la brújula encendida y la voz aún vibrando en el aire.
Este domingo 7 de septiembre de 2025, el país despertó con la noticia que nadie quería leer: Chincha había partido. Un infarto fulminante apagó la voz que durante más de dos décadas interrogó al poder, iluminó la coyuntura y defendió la verdad con una mezcla de rigor, ironía y coraje. Su estilo incisivo, su mirada crítica y su compromiso con la ética informativa lo convirtieron en referente indiscutible de la prensa peruana.
Una trayectoria marcada por la lucidez
Desde sus inicios en Canal N, Jaime Chincha demostró que el periodismo no era para él una profesión, sino una vocación. Condujo espacios emblemáticos como A primera hora, Contrapunto, Cuarto Poder y Buenos días, Perú, donde su capacidad para diseccionar la política nacional lo hizo imprescindible. En radio, su voz fue guía en La Rotativa del Aire y Ampliación de Noticias, y en medios digitales, fundó y dirigió La Tuerca, su último proyecto, libre y frontal.
El periodista que incomodaba con elegancia
Jaime no buscaba agradar. Buscaba esclarecer. Su estilo directo, su tono firme y su capacidad para formular preguntas que incomodaban sin agredir lo convirtieron en un maestro del contrapunto. En tiempos de polarización y desinformación, Chincha fue faro. No se dejó seducir por el espectáculo ni por la complacencia. Su ética era su escudo, y su palabra, su espada.
Un legado que no se apaga
“La vida es corta, viviendo todo falta y muriendo todo sobra.” Hoy, esta sentencia se vuelve profética. Porque Jaime Chincha vivió intensamente, pero su partida deja un vacío que no se llena con homenajes ni con titulares. Su legado, sin embargo, permanece: en los jóvenes periodistas que lo escucharon, en los ciudadanos que confiaron en su voz, en los colegas que aprendieron de su temple. Algunos críticos no tan asiduos a su voz y expresiones, solían decir que intentaba emular al consagrado periodista César Hildebrandt. La respuesta era obvia, y quien no sigue o intenta seguir los destellos de los grandes. No había por qué ruborizarse, al contrario, había que llenar ese vacío dejado por Hildebrandt, Barrenechea, Bayly, entre otros. Y vaya que Chincha lo hacía bien, no desentonaba. En algunos casos, se podría decir que logró superar a sus maestros, porque en ocasiones hasta se atrevió a cantar.
El periodismo peruano está de luto. Pero también está de pie. Porque Chincha nos enseñó que informar es resistir, que preguntar es construir, que confrontar es amar al país. Su muerte es una sorpresa mayor, sí. Pero también es una llamada a la continuidad, a la dignidad, a la verdad.
Hoy, Jaime Chincha no está frente a las cámaras. Está en la memoria, en el eco de sus preguntas, en el silencio que deja su ausencia, y en el compromiso de quienes, como él, creen que el periodismo no muere: se transforma.
🕯️ Descansa en paz, Jaime. Tu voz sigue siendo noticia.
JCR

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