Hamut'a, Puquina y la Filosofía del Ande Invisible: En el corazón de los Andes, donde la palabra se tejía con el viento y la sabiduría se leía en las estrellas, floreció una filosofía que no se escribió en papiros ni se codificó en tratados, pero que vivió en la práctica, en la memoria y en la lengua. Hoy, cuando evocamos la palabra “filosofía”, la mente colonizada nos lleva a Grecia, a Platón, a Aristóteles. Pero ¿y si el pensamiento profundo también habitó el Tahuantinsuyo? ¿Y si los amautas y hamut'a fueron los Sócrates de los Andes, interrogando no desde la polis, sino desde la puna?
El lenguaje como territorio filosófico
Juan de Betanzos, cronista y testigo de la complejidad lingüística andina, se sorprendió al descubrir que el runasimi que había aprendido en Lima no era el mismo que hablaba su esposa noble en Cusco. Ella hablaba puquina, lengua ancestral que, junto con el hakaru y otras variantes regionales, formaba un mosaico de pensamiento. No eran simples dialectos: eran cosmovisiones. El quechua oficial de 1584 fue una normalización política, no una síntesis cultural. Así, cuando leemos textos coloniales, nos enfrentamos a palabras que parecen extrañas, pero que en realidad son vestigios de una filosofía que aún no hemos sabido descifrar.
Por ejemplo, el concepto de “verdad” en el mundo andino no es uno, sino tres: kama, ñu, sul. ¿Cómo es posible que una cultura tenga tres verdades? ¿Qué nos dice esto sobre su forma de pensar? Mientras los griegos buscaban la aletheia, los incas reconocían la pluralidad de lo verdadero. Esta diferencia no es menor: revela una ontología relacional, una ética de la diversidad, una epistemología que no teme a la contradicción.
Hamut'a: el que interroga para vivir
El hamut'a no es solo el que piensa (yuyak), sino el que sabe preguntar. Su saber no es acumulativo, sino interrogativo. Huamán Poma lo describe como el sabio que busca respuestas a sus preguntas, y Garcilaso lo equipara al filósofo. Pero decir “equivalente” no es decir “igual”. El pensamiento andino no se articula desde la lógica aristotélica, sino desde la observación, la experiencia, la ritualidad y la memoria.
La yupana, por ejemplo, no es un simple ábaco. Es un sistema de conteo que no necesita a Pitágoras para existir. La predicción de eclipses, la lectura de constelaciones como ñoccolca en Huarochirí, o el comportamiento del lequecho en Puno, son formas de conocimiento que desafían la arrogancia de la ciencia occidental. ¿Por qué no investigar científicamente estas prácticas? ¿Por qué seguir llamándolas “supersticiones” cuando han demostrado su eficacia?
Filosofía sin biblioteca
La filosofía andina no se escribió en libros, pero se preservó en la oralidad, en los rituales, en la organización social. El Tahuantinsuyo practicó una filosofía de la reciprocidad, del equilibrio, del respeto por la naturaleza. No necesitó a Descartes para preguntarse por el ser, ni a Kant para pensar la moral. Su pensamiento fue práctico, comunitario, ecológico.
Melville Herskovitz lo dijo con claridad: la cultura es universal, pero cada manifestación es local y única. La filosofía andina es una manifestación única de la búsqueda humana por entender el mundo. No es menos por no parecerse a la europea. Es distinta, y por eso valiosa.
Recuperar lo propio, sin negar lo ajeno
Nuestra tarea no es negar la filosofía occidental, sino descolonizar nuestra mirada. Reconocer que hubo —y hay— pensamiento profundo en nuestras raíces. Que los hamut'a siguen vivos en los sabios campesinos que leen el cielo, en los abuelos que narran con símbolos, en los jóvenes que buscan sentido en su lengua originaria.
No estamos en una relación vertical, donde Europa dicta y América obedece. Estamos —debemos estar— en una relación horizontal, donde los saberes dialogan, se comparan, se enriquecen mutuamente. Como dijo el padre José de Acosta: “En todo lo que se aplica, estos de acá nos aventajan.”
Desafío: Filosofar desde el Ande
Filosofar no es citar a Platón. Es preguntarse por el porqué y el para qué. Es buscar respuestas en la tierra, en el cielo, en la comunidad. Es reconocer que hubo hamut'a antes que filósofos, que hubo puquina antes que latín, que hubo verdad antes que lógica.
Hoy más que nunca, necesitamos volver a mirar el Ande no como paisaje, sino como pensamiento. No como pasado, sino como posibilidad. Porque en sus lenguas, en sus estrellas, en sus silencios, aún habita una filosofía que espera ser escuchada.
Otros Bioindicadores del Saber Andino
En el territorio de los Andes, se despliega una filosofía ancestral que no se reduce a silogismos ni se encierra en tratados. Es una filosofía que observa, que interpreta, que dialoga con el entorno. Una filosofía que, como el puquina, se susurra en lenguas secretas, y como el hamut’a, interroga con sabiduría.
Lenguas que piensan: del runasimi al puquina
Juan de Betanzos, al llegar al Cusco, descubre que el runasimi que había aprendido en Lima no le sirve para entender a su esposa noble, Angélica Yupanqui. Ella habla puquina, una lengua que se entremezcla con ayara y chinchaysuyo, y que revela una dimensión filosófica distinta. Garcilaso también lo vivió: cuando su madre quería hablar de asuntos delicados, cambiaba al puquina, el idioma secreto. Esta lengua, rescatada por el franciscano Oré en una gramática que aún permanece oculta en el Perú, no es solo un medio de comunicación: es un código de pensamiento, una forma de preservar lo sagrado.
Hamut’a: el que interroga con sabiduría
El hamut’a, como lo describe Huamán Poma, es el sabio que sabe preguntar. No es solo el yuyak, el que piensa, sino el que busca respuestas con profundidad. Su saber no es acumulativo, sino interpretativo. Es el equivalente andino del filósofo, pero no igual. Porque el pensamiento andino no se articula desde la lógica aristotélica, sino desde la observación, la ritualidad y la relación con la naturaleza.
Bioindicadores: filosofía de la observación
“Estos indios saben muchas cosas del clima, es un señalar”, decía un cronista. ¿Pero qué es un “señalar”? Es un indicador, un bioindicador. En el Perú, los bioindicadores son parte de una ciencia ancestral que observa los fenómenos naturales y los correlaciona con el clima. Por ejemplo:
- Si las perdices ponen huevos de color chocolate intenso, se avecina mucho frío.
- Si los nidos cuelgan de los árboles y luego desaparecen, es señal de lluvias intensas.
- Si el sol se oculta en un punto distinto del apu, se marca el cambio de estación.
Esta sabiduría, que muchos llaman “conocimiento vulgar”, contiene una profundidad que desafía el positivismo occidental. Porque no se trata solo de cuantificar, sino de interpretar. La estadística puede corroborar, pero la observación da sentido.
Ciencia y filosofía: el falso binario
La filosofía no es una ciencia exacta. No se reduce al dato, la cifra, la estadística. Hay un falso binario entre cuantificación e interpretación. El método científico incluye la observación, pero la interpretación varía según el contexto. En los Andes, cada geografía tiene sus propios bioindicadores. Lo que funciona en Piura no aplica en Puno. Por eso, cuando el fenómeno del Niño azotó en 1983, los campesinos confiaron más en el comportamiento del lequecho que en los ingenieros rurales. Y acertaron.
El apu como interlocutor
La relación del hombre andino con la tierra y los apus es profundamente filosófica. No es superstición, es cosmovisión. Como la abuela que miraba el cerro cada tarde, y que fue diagnosticada erróneamente por especialistas. Ella no estaba enferma: estaba dialogando con su protector, con su apu. Esta práctica, aún viva en las zonas altoandinas, revela una racionalidad distinta, una forma de entender el tiempo, el clima, la vida.
Los calendarios no se leen en números, sino en puestas de sol. El día más corto, la noche más larga, el ciclo de siete años para dejar descansar la tierra: todo se observa, se interpreta, se ritualiza. Y cuando hay un sismo, se hace un ritual. Porque cada fenómeno tiene su respuesta, su ofrenda, su sentido.
Yaku, yakuna: el agua como símbolo
Incluso el agua tiene su filosofía. Yaku es agua, yakuna es aguas. El nombre del filtro purificador Yacua no es casual: es una forma de volver a lo esencial, de beber del saber ancestral. Como el quechua que se adapta a la programación, como el aara que revela una lógica matemática, como el lenguaje que se transforma en herramienta tecnológica sin perder su raíz.
Diversidad lingüística y pensamiento
El quechua no es uno. Hay quechua de Ayacucho, de Cusco, de Huancayo, de Huarochirí. Cada variante es una forma de pensar. El runasimi que conocemos ha sido intervenido, modificado, entrecruzado. Pero aún guarda palabras, toponímicos, estructuras que revelan una filosofía viva. Como el sufijo que cambia el sentido, como el bit que transforma el código.
Reto: Filosofar desde lo propio
Filosofar no es repetir a Platón. Es observar el huevo de la perdiz, es mirar el sol en el apu, es escuchar al cerro que habla. Es reconocer que hay saberes que no se enseñan en las universidades, pero que viven en las comunidades. Que hay lenguas que no están en los diccionarios, pero que guardan verdades profundas.
La filosofía andina no es menos por ser distinta. Es legítima, es comparativa, es horizontal. Y hoy más que nunca, necesitamos volver a ella. Para entender quiénes somos, para sembrar con sentido, para dialogar con el mundo desde nuestras raíces.
Reflexiones desde el Quichua
La filosofía andina no solo se expresa en la diversidad de sus verdades o en el diálogo con la naturaleza, sino también en la riqueza de sus lenguas vivas, en sus mezclas, en sus transformaciones. Porque el idioma no es solo herramienta de comunicación: es forma de pensar, de sentir, de recordar.
No es que uno elija hablar una variante u otra. Es la historia, el comercio, el traslado de los yanac as, las guerras, los intercambios culturales los que han tejido una red idiomática compleja. Como aquel encuentro en el mercado indio de Guayaquil, donde una señora me habló en quechu amaru: mitad quechua cusqueño, mitad aimara puneño. “Esto es quichua”, me dijo. Y en su conciencia, no sabía que hablaba una variante. Porque en la guerra de Quito, los coyas fueron trasladados al norte, y allí se mezclaron con los chancas y los cusqueños. Esa fusión dio origen al quichua ecuatoriano, una lengua híbrida, pero profundamente reflexiva.
La mezcla idiomática como mezcla filosófica
Cada variante lingüística trae consigo una forma de ver el mundo. Escuchar al cusqueño, al huamanguino, al huancaíno, al choca, al quichua ecuatoriano, es escuchar distintas maneras de pensar. Y esas formas reflexivas están en el lenguaje. En cómo se nombra la verdad, el tiempo, la tierra, el ser. En cómo se conjugan los verbos, en cómo se pronuncian las consonantes guturales, en cómo se construyen los sufijos.
Esta diversidad no es un obstáculo. Es una oportunidad. Porque nos obliga a revisar lo que dejamos atrás, a volver al origen, a entender que la filosofía no está solo en los libros, sino en las palabras que aún se pronuncian en los mercados, en las montañas, en los rituales.
Difusión y discusión: el deber cultural
A nuestro pesar, en el Perú hay poca difusión cultural. Una élite intelectual se alaba entre sí, pero no se abre al debate. Por eso es urgente poner estos temas sobre la mesa. Difundir, sí, pero también discutir. Porque solo así podremos construir una filosofía peruana que no repita lo ya conocido, sino que indague en lo que aún no se ha dicho.
Y como dijo Angélica Palma en 1922:
“Nosotros no tenemos sino que dar lo que somos, lo que sentimos, todo lo que la naturaleza puso en nuestro ser.”
Viaje: Volver al origen para comprender el presente
La filosofía andina es diversa, híbrida, viva. Está en el quechu amaru, en el quichua, en el choca, en el puquina que ya no se habla pero que aún resuena. Está en los bioindicadores, en los apus, en los rituales, en las verdades múltiples. Está en la resistencia de quienes viven en la altura, en la sabiduría de quienes dialogan con la tierra.
Volver al origen no es nostalgia. Es necesidad. Porque solo entendiendo nuestras raíces podremos construir un pensamiento propio, legítimo, comparativo, horizontal. Un pensamiento que no imite, sino que aporte. Que no se imponga, sino que dialogue. Que no se niegue, sino que se celebre.
UDI/FUNHI

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